Libros para leer este 2022


Por Danner González

@dannerglez

En esta pandemia que parece no perecer nunca nos hemos valido de los más disímiles artilugios para no volvernos locos. Para bien de la literatura y desencanto de los agoreros de la muerte del libro, muchos han recalado en sus páginas para paliar la desazón, el desánimo, o simplemente para pasar el tiempo. Otros, raros especímenes de acusada misantropía, hemos confirmado que es en casa donde estamos más a gusto, rodeados de nuestros libros. Una biblioteca particular es, aventuro, una fortaleza inexpugnable contra el tiempo, lo alarga o lo detiene –eso dependerá de lo que se lea, a las claras–, una ciudad amurallada que contiene remansos en los que encontramos unas veces paz y otras desasosiego, pero siempre provista de silos con inagotables recursos, para matalotaje del alma, como habría dicho el Garcilaso.

Pocas cosas quizá haya que agradecerle al covid, acaso la reflexión y la resiliencia incubada, y también el tiempo que nos ha permitido a algunos privilegiados detenernos a leer en paz, mientras el mundo resiste. Personalmente, este 2021 leí como hacía mucho no lo hacía. Pude, además, concluir el proceso de edición de una novela y un libro de cuentos que permanecieron guardados en un cajón por diez años y que muy pronto esperamos presentar, si el omicrón o las diez mil variantes de virus que mutan cada día no nos juegan una trastada peor.

Consigno aquí brevemente algunos de los libros leídos como hoja de ruta para quien quiera comenzar este año elevando la media de lectura nacional o para quien quiera leer sin más pretensión alguna que disfrutar del placer del texto. Aclaro que no me refiero a libros publicados este año, sino simplemente a títulos que este año leí y cuya lectura recomiendo:

La distorsión, de Rafael Toriz. Escrito a la distancia, este libro de uno de los hijos predilectos de Estridentópolis (aka, Xalapa) es un inventario de minucias, familiar y de su patria chica. Suerte de personalísimo arte de la fuga de Toriz, cultiva y cautiva a la vez, al tiempo que afirma su fe en el ensayo como pulimentada forma literaria. Es también expresión de nostalgia por la tierra con el acusado síndrome del Jamaicón Villegas. Menuda paradoja, este año gratamente Rafael volvió a México, mientras partía hacia otras canchas el Jamaicón, miembro del Campeonísimo y apólogo de la nostalgia por los sopes, las chalupas, la birria y desde luego, por su mamacita.

El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza. Voz imprescindible ya en el panorama literario actual, este es quizá el libro más hondo y personal que haya leído de la autora. Se necesitan altas dosis de valentía para desempolvar un dolor tan íntimo como el asesinato de una hermana que comenzaba a vivir, para escribir con belleza y pulso firme una historia descarnada y necesaria para los tiempos que corren.

Los minutos negros, de Martín Solares. Este libro reposó por años en mis libreros, fue de una casa a otra, en cada mudanza me decía que ahora sí iba a leerlo, con cada elogio a su prosa puntual y su historia fascinante, me decía que tenía que leerlo. Pero los libros tienen sus propios caminos, nos eligen en el momento justo. Apenas terminaba de leerlo cuando tuve la oportunidad de tomar un taller de narrativa con Martín, quien ha dedicado su vida al oficio, lo conoce y lo desmenuza como pocos. Coincidentemente, además, en 2021 vio la luz con muy buena crítica en los festivales, la película de Mario Muñoz en colaboración con el autor, sobre este noir tropical de excelente factura, que esperemos pronto disfrutar en cines.

La legión de los obsesivos, de Magaly Monserrat. Segundo libro de cuentos de la autora tamaulipeca, disfruté su amena lectura, sobre esas pequeñas cosas que nos obsesionan, que son capaces de hacernos encabronar, a veces gratuitamente, llevándonos al límite. Es posible descargarlo gratuitamente de la página web del Instituto de Cultura de Tamaulipas. El que esté libre de obsesiones, que tire la primera piedra.

A qué le temen los niños, de Itzel Guevara del Ángel. Más que a fantasmas o a seres desconocidos, es la malevolencia subrepticia, la que se incuba en la niñez, sin que los adultos se den apenas cuenta. Motivo de visitas al diván en la edad adulta, los peores miedos se generan en casa, entre los niños, que a menudo luchan como valientes, nos recuerda a través de estas historias la narradora veracruzana.

Casas vacías, de Brenda Navarro. ¿Cómo se vive la desaparición de un hijo? ¿Cómo se trastoca una vida ante semejante pérdida? A veces pienso que con cada desaparición, ante tan sórdida rotundidez, el mundo pierde de a poco su humanidad… esa palabra. La de Brenda Navarro es una espléndida narrativa y esta novela en específico, una extraordinaria reflexión sobre la maternidad y sus implicaciones.

Días de luz larga, de Mercedes Alvarado. Madurada en la solera del autoexilio, la poesía de Mercedes se decanta precisa en este libro que nos recuerda que uno no es, sino que va siendo y sintiendo diferente, con cada mudanza, con cada sitio pisado. Santiago Roncagliolo sostiene lo que en la autora parece ser también una certeza: uno es de donde lo quieren.

Entre muchos otros títulos, leí también a Irene Vallejo (El infinito en un junco) y a Fernanda Melchor (Páradais), obras que en su momento reseñé en este espacio. Leí Los abismos de Pilar Quintana y Los rostros de la salsa, de Leonardo Padura, además de tres clásicos de primer orden: El extranjero de Camus, La mala hora de García Márquez y El poder y la gloria de Graham Greene.

Mi dispositivo de lectura digital me recuerda que rompí otro récord, leí tres libros virtuales. Con todo, mi recordación de lecturas sobre pantallas continúa siendo deficiente. Al mismo tiempo me decepcioné con la cada vez más terrible calidad de los ejemplares impresos por los grandes consorcios editoriales. Se privilegia hoy lo barato, lo de menor peso, se busca ahorrar páginas y con ello, dinero; no hay descansos visuales. Ojalá que pronto regresemos a las ediciones bellamente preparadas, al libro como objeto de arte cuidadosamente preparado, editado con mimo. Pero esa es otra historia. Mientras ese día vuelve, hay que leer, en el formato que sea, porque leer salva y es, como mínimo, alimento para el espíritu, matalotaje del alma.

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