Apenas parecía que nos estábamos quedando sin referentes en la canción tradicional latinoamericana (se nos fueron Mercedes Sosa, Chavela Vargas, Oscar Chávez), en plena pandemia recibimos como una luz al final del túnel la confirmación de Natalia Lafourcade como una de las grandes exponentes, con Un canto por México, vol. 1.
De un tiempo para acá, todos los artistas hacen duetos. Pienso que no se trata solo de la necesidad de las disqueras de vender asociando dos nombres poderosos en la industria. Acudimos ahora a los rituales del desinterés en el reino de lo efímero. Todo se desvanece rápidamente. Ya ni siquiera podemos hablar del éxito del verano porque una canción supera de inmediato todas las tendencias de escucha y reproducción de vídeo para luego irse al cajón del olvido en menos tiempo del que tomó su creación y producción. De allí que los discos de duetos se hayan vuelto una condición esencial de la industria para sobrevivir unos días más y ya en los excesos, algunas semanas consecutivas. Si observamos con atención los vídeos musicales de unos años para acá (quizá desde Despacito), veremos una tendencia a retratar la fiesta, la comunión de cuerpos y almas. Frente a los vídeos que contaban historias de dos que se marchan o se reencuentran, hoy la pantalla de Youtube se llena con mujeres y hombres departiendo alegres –estoy seguro de que alguien lo habrá estudiado y medido ya para saber por qué funciona–, pero es como si necesitáramos documentar la socialización de los afectos anhelados, en un tiempo en que la soledad espanta descomunalmente.
Me disculpo por el largo paréntesis. Sirva esta parrafada para decir que todos hacen duetos, pero Natalia nos da en Un canto por México, Vol. 1 una lección de coexistencia. Habitan al mismo tiempo en el disco Carlos Rivera y Los Cojolites, Leonel García y Jorge Drexler, Panteón Rococó y Los Auténticos Decadentes, entre otros. No se trata de un simple disco de covers y nuevas versiones de temas que ya conocíamos. Me parece más bien un ejercicio de exploración musical, de variaciones con mucho estudio de por medio. Basta escuchar Cucurrucucú Paloma, una canción con grandes referentes como Lola Beltrán, Caetano Veloso, o Juan Diego Flores, que sin duda ponen el listón muy alto a la hora de escuchar una nueva versión. La propuesta de Natalia es diferente a todo lo que habíamos escuchado hasta ahora. “Ay, qué cabrona la desdichada”, suelta tras cantar “que todavía la espera, a que regrese la desdichada”.
Desde Mujer Divina, homenaje a Agustín Lara (2012), Natalia logró algo casi inaudito: presentarle a los jóvenes millenials a Agustín Lara. Este volvió a cantarse y sus acólitos –yo había escuchado muchos años a mi abuela y mi madre cantarlo– volvimos a maravillarnos con los versos del escuálido rapsoda áureo, o séase, el Flaco de Oro.
Si Los Macorinos fueron la herencia de Chavela al disco Musas, Los Cojolites le insuflan aires de sur veracuzano a este nuevo disco, ese sur al que nunca se va –al modo de Nacho Vegas–, solo se regresa. El punteo con el que abre la nueva versión de Hasta la raíz es memorable. Esta colaboración daría por sí sola para que los músicos de Jáltipan ganen por fin ese Grammy que se les ha escamoteado. O su acompañamiento en Mi tierra veracruzana, a la que incluso algunos santones de la música tradicional veracruzana menosprecian por su éxito comercial.
Hoy por hoy, el canto de Natalia Lafourcade no se le parece a ningún otro, aunque escuchas reduccionistas digan lo contrario. Incluso me parece que ha iluminado el camino de epígonos que, a fuer de ser, acaban por parecer. A su honda raíz hay que sumar su compromiso social, evidente en Derecho de nacimiento, a propósito del Movimiento 132 en 2012: “Yo no nací sin causa/ yo no nací sin fe”. O su apoyo a la reconstrucción del Centro de Documentación del Son Jarocho en Jáltipan, abatido tras el sismo de 2017. Natalia sabe que a la memoria hay que preservarla como se aviva la llama del fuego para que no se extinga.
“Donde hay dolor y falte luz, que mi garganta cante”, dice con Kany García en Remamos. En medio de la oscuridad de este 2020, Un canto por México es un bálsamo de alegría para las heridas abiertas y un remanso de emoción desbordada para quienes llevamos a nuestra tierra en la piel, esa tierra en la que no dejamos de pensar cuando estamos lejos, y que nomás “en llegandito” a ella, ya estamos queriendo no dejarla nunca.