La Conjura contra América


Publicado en Tempo

Debemos a ese espléndido novelista que fue Philip Roth, relatos que son a menudo fotografías puntuales de Estados Unidos. Uno de los temas recurrentes del novelista es el tratamiento de las tensiones de la sociedad norteamericana, desde la óptica de una familia de clase media, judía, como la suya. En Pastoral Americana (1997) –de la que por cierto hay una versión cinematográfica mala tirando a malísima, dirigida y protagonizada por Ewan MacGregor–, Roth cuenta la historia de El Sueco, un padre de familia judío que, en los años sesenta, lucha por sobreponerse y proteger a los suyos de las adversidades de un mundo que se actualiza con vértigo irreconocible.

La muy laureada obra de Roth, a quien solo le faltó ganar el Premio Nobel de Literatura, comparte con Woody Allen la incesante obsesión por abordar las cuestiones identitarias de los judíos norteamericanos. Sus personajes no añoran la mítica Sion, la ven como algo distante y utópico. Su patria es Estados Unidos, tienen allí privilegios y certezas que defender.

Hace unas semanas pude terminar por fin The Plot Against America, la miniserie de HBO basada en la novela homónima de Philip Roth. En apenas seis capítulos, los creadores de la legendaria The Wire adaptan para televisión la historia de Hermann Roth y su familia, que desde New Jersey ven avanzar al fantasma del nazismo por Europa y cruzar el Atlántico. En un ejercicio de ficción histórica, Roth imagina que Lindbergh, el famoso aviador que cruzó por primera vez de América a Europa, gana la elección presidencial, montado en su avasallante personalidad y pasando por encima de la experiencia de Franklin Delano Roosevelt. Publicada en 2004, The New York Times se refirió a ella como “una novela política terrorífica, siniestra, vívida, onírica, absurda y, al mismo tiempo, espeluznantemente plausible”. Nadie hubiese imaginado, en el temprano año de 2004, que un personaje como Donald Trump llegaría a la presidencia de Estados Unidos montado en la apología de su personaje y por encima de la experiencia de Hillary Clinton o Joe Biden.

El “America First Committee” de Lindbergh, citado en la novela y que de hecho existió, nos hace pensar en el encuadre narrativo del “Make America Great Again” de Trump. Quienes siguieron de cerca la política estadounidense allá por el año 2009, recordarán el asombro que produjo la irrupción del Tea Party en la vida pública con figuras como Rand Paul o Marco Rubio. Por aquellos años nos asombraban la superficialidad o el ultraconservadurismo de figuras como Sarah Palin, Rick Santorum o Mitt Romney. Los antiguos decían que todo tiempo pasado fue mejor. Quevedo, moderno para el caso, escribió que cuando decimos que todo tiempo pasado fue mejor, condenamos el futuro sin conocerlo. Pero si me dan a elegir, prefiero la sentencia de Javier Krahe, que se contentaba con señalar que todo tiempo pasado fue anterior.

Oteador del espíritu de su época y de la que se avecinaba, en 1938, el autor de La montaña mágica, Thomas Mann, dijo en una conferencia en Los Ángeles: “Si alguna vez el fascismo llega a Estados Unidos, lo hará en nombre de la libertad”. Roth pudo intuirlo desde su adolescencia: En el corazón de Estados Unidos latía agazapado un sentimiento nacionalista, xenófobo, demagogo. El miedo se respiraba en el ambiente, igual que ahora, aunque por distintos motivos.

El miedo es terreno fértil para inocular una idea, o instigar un sentimiento. “Creen cualquier cosa, y ahora harán cualquier cosa”, dice Hermann, el padre de familia de los Roth en The Plot Against America, cuando la prensa señala que la desaparición del Presidente, sería una conjura de ingleses y judíos, usando aviones canadienses. Después todo se derrumba. El imperio del odio triunfa en América.

Pudiera parecer un despropósito que en la obra de Roth, muchos judíos sean partidarios de un antisemita como Lindbergh. Pero en 1919, cuando Mussolini fundó los Fasci italiani di combattimento, a la postre convertidos en el partido nacional fascista, muchos italo-judíos de clase media alta se unieron a sus filas, entre ellos Ettore Ovazza, presidente de la comunidad judía de Turín. Similar es la adhesión de los cubanos de Miami a la causa antiinmigrante de Trump en 2016. La Florida fue clave en el triunfo del exótico republicano en la recta final. Por cierto, la interpretación del rabino Lionel Bengelsdorf, por cuenta de John Turturro en la miniserie de HBO es magistral.

Con el cambio de siglo mutaron también los métodos, pero no los fines. Se espolea el rencor, se atiza el fuego del individualismo. Se juega con la psicología humana a mansalva. Los dividendos político-electorales se analizan minuto a minuto con herramientas de big data y thick data. Los mensajes ya no se construyen para una comunidad sino para personas perfectamente identificables. Los públicos se nanosegmentan, cada uno escuchará lo que quiere oír, aquello que confirma su visión del mundo. Se gobierna para las encuestas, para las redes, para una realidad alterna en la que todo se mide, incluso los impulsos. Hace poco un banco solicitó autorización de sus usuarios para acceder a sus datos biométricos, mientras que en Japón fue aceptado como candidato un robot, sentando un importante y terrorífico precedente.

La conjura contra América, contra Europa, contra el mundo entero, se ha puesto de nuevo en marcha. Lo que está en juego ya no es siquiera una visión de mundo o la lucha ideológica de los contrarios, es el imperio del poder de las máquinas, de los algoritmos, en liza con los sentimientos esenciales del ser humano.

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